
Estas citas anuales, anunciadas a bombo y platillo, generan en el espectador ansiedad por no perderse nada, lo que les lleva al atracón, a la sobredosis o a generar en ellos lo que podríamos llamar la “bulimia cultural”, que viene a ser el consumo compulsivo de actos culturales sin preparación previa para su asimilación.
Lo visto y escuchado bajo estos efectos de tormenta de verano, de gota fría, dejan poco poso formativo en el consumidor-espectador. Quizá fuese más rentable y menos agresivo someter a los ciudadanos a un “chirimiri cultural” para que, en un periodo de tiempo significativo, fuese calando lo que la cultura aporta.
¡Por una actividad cultural en “pequeñas diócesis” y constante!